
Colombia está en medio de una discusión absurda, políticamente orientada para plantear mentirosos dilemas entre las actividades mineroenergéticas y su compatibilidad con el agua, la agricultura, el medioambiente y las costumbres de las comunidades.
Es increíble, pero aquí aún encuentra eco la idea de que al explotar una mina la gente debe decidir entre el oro y la vida o cuando se extrae petróleo se debe renunciar a tener fuentes hídricas.Bello Horizonte, en Brasil, es una ciudad de más de dos millones y medio de habitantes rodeada por minas a cielo abierto, algunas en operación y otras en proceso de reforestación (No tienen que ir, basta verlo en Google Earth). Como es obvio, no hay una crisis de sed ni una epidemia de intoxicaciones. Esta ciudad es la capital del Estado de Minas Gerais (Minas Generales) y su equipo es el Atlético Mineiro (El noveno más costoso de la liga brasilera).La Mina el Teniente, en Chile, es la explotación subterránea de cobre más grande del mundo. Está ubicada a 50 kilómetros, aguas arriba, de la ciudad de Rancagua, en el valle del Cachapoal, en donde el 80% del área plantada se dedica a la producción de los deliciosos vinos chilenos.
Claramente esto demuestra que tanta amenaza y falso dilema solo tiene sustento ideológico, lleno de prejuicios, capaz de generar conflictos que priven a la gente de las oportunidades que brindan actividades legales que se pueden hacer con perfecto apego y vigilancia a estándares internacionales que garantizan la protección del ambiente y la conservación de las fuentes hídricas y las culturas tradicionales.
Pero siendo francos, lo que sucede en Colombia no es una discusión sino una guerra, una ofensiva contra las actividades extractivas y la industria mineroenergética. No de otra forma se explican tantos elementos que intrigan para que cada día sea más difícil perforar un pozo petrolero, construir una mina o hacer una hidroeléctrica.